“El cerebro humano, producto de 700 millones de años de evolución, no está diseñado para alcanzar la felicidad”, apunta el Prof. Francisco Mora, catedrático y director del Departamento de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
La principal causa de la infelicidad del ser humano estaría en nuestro sistema límbico, o cerebro emocional, una estructura que gestiona respuestas emocionales ante estímulos sensoriales. Ahí, “toda la información que recibimos del mundo externo a través de los sentidos se impregna de matices emocionales, de placer o dolor, lo que realmente nos impide ser felices”, explica. En definitiva, “el objetivo final en el diseño de todo cerebro es la lucha por la supervivencia”.
No obstante, a diferencia de los animales, “el ser humano, cuyo cerebro pesa aproximadamente un kilo y medio, y posee una complejísima organización funcional, ha atisbado la conciencia de si mismo”, lo que le lleva a plantearse dos vías para conseguir un tipo determinado de felicidad: una de ellas consiste en mantener el equilibrio entre el placer y el dolor, pues “ambos extremos producen infelicidad”, y la otra, “más drástica y quizás más auténtica”, en aislarse del mundo, evitando interaccionar con él y que la información sensorial alcance, en el cerebro, el sistema emocional. Esta segunda vía se alcanzaría por la idea de Dios y el rezo o la meditación.
“Quien en medio del placer no siente deseo... Quien ha abandonado todo impulso, temor o cólera... Quien ni odia ni se entristece... Ése, está en plena posesión de la felicidad o la sabiduría”. Con esta cita, extraída del Mahabarata -la gran epopeya religiosa, filosófica y mitológica de India-, resume el Prof. Mora su intervención en el ciclo “En tierra de nadie”, que pretende animar el debate, la reflexión y el encuentro entre las aportaciones de la cultura científica y la humanística.
LA FELICIDAD POÉTICA
Desde el punto de vista de la literatura, “es más fácil escribir sobre la infelicidad”, comenta el escritor Luis Muñoz, licenciado en Filología Española y en Filología Románica por la Universidad de Granada. Esto se debe fundamentalmente a que este estado “lleva aparejada la necesidad de aliviar el dolor que produce, algo que puede hacerse fácilmente a través del lenguaje poético”. Por el contrario, “la felicidad no necesita de ningún tipo de escritura por su condición irreflexiva”.
Además, “el lenguaje de la poesía expresa la infelicidad mejor que la felicidad, pues cuenta con más recursos verbales para la primera y atrae especialmente los momentos desgraciados”, ha añadido. Esto explicaría, entre otras cosas, que este tema haya impregnado tantos poemas desde los orígenes del género, que “no es más que el testimonio de una sensibilidad o de una inteligencia”, al fin y al cabo.
Muñoz ha puesto como ejemplo tres formas de afrontar la felicidad en la poesía: como instrumento del conocimiento en el Juan Ramón Jiménez de “Diario de un poeta recién casado”; como una manera de celebrar todos los elementos de la vida, aun los más vulgares, en el Pablo Neruda de “Odas elementales”, y el Jorge Luis Borges del poema “1964”, con una especie de felicidad alternativa que proviene de la cultura y de la contemplación del mundo, después de que haya fracasado la posibilidad de la felicidad amorosa.
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